domingo, 12 de agosto de 2012

Pieza para dos manos.

Voy a contaros una pequeña historia. Muy corta porque no tengo en realidad demasiada imaginación...

He sido educada en el deber, en el sacrificio pero también en la ternura.



 Por eso a veces hago algunas cosas que ni yo misma puedo entender. Por deber. Kant seguramente lo explicaría mejor pero...yo no soy Kant.



De niña por una imposición paterna estudié algunos años de Conservatorio. Solfeo, canto, lo más básico.
Era realmente una obligación. Aunque era algo hermoso.

Ahí aprendí por ejemplo que la Música es una carrera, tan difícil y a veces exacta como las Matemáticas, que si quieres que suene bien tienes que entrenar todos los días. Todos. Que el violín es un instrumento celoso que hay que tocar todos los días o su madera no suena igual...



Eran a veces clases tediosas para una pre-adolescente con la cabeza llena de pájaros.



Sin embargo en ocasiones, el bedel llamaba a la puerta de la clase y le daba unas indicaciones en voz no muy alta a la profesora para que nos acercasen a alguna de las salas de perfecta acústica pintadas de blanco, con aquella madera clara.

Allí alguien nos esperaba siempre y siempre dignamente vestido de negro, dispuesto a darnos lo mejor: podía ser un pianista y un chelo, podía ser una bella voz. Tal vez violines.
Era mágico.







Como en la vida: de acuerdo, a veces no es tan perfecto como nos gustaría.







Pero a veces, por un instante, somos realmente afortunados.






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lo más leido, por orden de lo más leido, claro...